Capitana Marvel vs el Fandom Tóxico

Debrayando con Fá

Todos nos convertimos en fans de alguna forma. Un adolescente que encontró refugio en las aventuras de un superhéroe plasmadas en las páginas de un viejo cómic. Una niña que despertaba emocionada cada mañana de sábado para ver las repeticiones de la serie de Batman de Adam West (Ni crean que me estoy proyectando, eh). Jóvenes y adultos que, a recomendación de alguna amistad, se internaron en un mundo fantástico y terminaron siendo irremediablemente adictos a sus personajes e historias.

Todos conocimos, en algún punto de la vida, a algún fan acérrimo que hacía las veces de guardián, de esfinge, de gatekeeper, pretendiendo probar nuestros conocimientos y pasión para, ultimadamente, validar nuestro estatus de fan. Algunos incluso siguieron su camino para encarnar ese mismo rol, cual alter ego en Dungeons & Dragons. Otros tantos hemos caído en la tentación, alguna vez, de ostentar nuestra erudición a través de presentaciones à la Ted Talk ante la más mínima provocación –o sin necesidad de alguna.

Pero sin importar cuál sea el caso, todos nos convertimos en fans de alguna forma, y las nuevas generaciones de fans son la chispa que revive la llama de los fandoms, de manera que no se vean extintos.

EL LADO OSCURO DEL FANDOM

Los creadores, los productores, los inversionistas y los fans conformamos una especie de simbiosis que mantiene en relativo equilibrio y desarrollo constante ese universo de fantasías, aspiraciones, posibilidades e imaginación incontenibles. Razón por la cual encuentro desconcertante, por decir algo, la creciente negatividad en los fandoms.

Cierto, se trata de un fenómeno propagado en toda clase de ámbitos, desde una división política y social a nivel mundial cuya virulencia sin duda le arrebataría una lágrima de felicidad a Goebbels, hasta mentadas de madre entre seguidores de algo tan aparentemente inocuo como videos de maquillaje (sí, estas cosas no se inventan). Y cual bacteria, esta negatividad ha encontrado el ambiente propicio para reproducirse sin mesura en las redes sociales.

Pero lo que me deja perpleja sobre este fenómeno específicamente entre fandoms ñoños o geeks, es que estamos hablando de audiencias que, al menos en teoría, están conformadas por personas que admiran a héroes y superhéroes por su nobleza, a menudo manifestada en decisiones en las que anteponen las necesidades del colectivo a las propias, defienden a los vulnerables, y abogan por quienes no tienen voz.

Todos somos y/o conocemos fans que se han sentido identificados con las tribulaciones y desaciertos de sus héroes favoritos, encontrando en sus aventuras una suerte de refugio contra las injusticias del mundo, el acoso escolar, la soledad, la indiferencia, el desamor o simplemente la ausencia de esa magia tan especial que solo encontramos en la dimensión de la ficción y la fantasía.

Nuestros héroes estarían, no obstante, decepcionados de nosotros. Agacharían la cabeza y negarían tristemente al ver que su lucha por salvaguardar la dignidad humana (o alienígena, animal, androide; según sea el caso), no nos ha enseñado nada. Porque todo este tiempo, sus historias han intentado enseñarnos algo. Sus aventuras siempre han incitado a una conversación, ya sea moral o ética. Con bastante frecuencia, se ha tratado de mensajes que desafían los paradigmas de su época. Sin retóricas que hagan cimbrar nuestras estructuras mentales, sociales y políticas, no hay emoción, ni ventura. Más importante aún, no hay crecimiento.

Sin crecimiento, bien podríamos seguir siendo microorganismos. El fuego, con toda su voracidad, su capacidad destructiva y resplandor, no fue suficiente para amedrentar a nuestros antepasados, pero que una minoría o un género de nuestra población sea representado en un medio de comunicación masiva es tomado como el advenimiento de la ruina de la raza humana.

Si formas parte de estos grupos que realmente piensan en términos de superioridad racial, cultural, religiosa, o sexual, mis palabras no son para ti. Es la epítome de una interacción sin sentido. En cambio, mis reflexiones van para quienes se consideran individuos racionales, ecuánimes y sensatos pero que en su afán de mantenerse aparentemente objetivos, terminan sin querer alimentando el vórtice de toxicidad mediática.

No sean así. Quiéranse.

MÁS ALTO, MÁS FUERTE, MÁS LEJOS.

Podría remembrar las controversias en torno a la etnicidad de Miles Morales, el color de piel de Starfire, el género de la nueva heroína de la trilogía secuela de Star Wars, vaya, que por citar ejemplos no paramos, pero el más reciente es sin duda el filme de Capitana Marvel. Tildada de propaganda feminazi, esta cinta ha enfrentado críticas desde antes de que saliera en cartelera.

Como buen individuo racional, ecuánime y sensato que me considero, fui a verla con ojos críticos y mente abierta a que, no por tratarse de una película Marvel –las cuales disfruto muchísimo, en general–, me tenía que gustar. Mi sorpresa fue encontrarme con el arco de una heroína que, efectivamente, desafía varios estereotipos de personajes femeninos, pero no necesariamente de la manera en la que sus antagonistas de carne y hueso, fuera de la pantalla grande, quieren hacer creer.

La Carol Danvers de Anna Boden y Ryan Fleck, interpretada por Brie Larson, es una superheroína en búsqueda de identidad, que atraviesa su arco completo sin la necesidad de un interés amoroso; sus vínculos importantes radican en viejas y nuevas –pero siempre estrechas– amistades.

Si bien se encuentra en la minoría de arcos femeninos en Hollywood, se trata simplemente de una historia que se centra en las fuerzas intrínsecas del personaje. Aunque podemos encontrar una plétora de roles masculinos que no requieren de un romance para su desarrollo, este arco no es tan común cuando de mujeres se trata, especialmente en historias dirigidas a toda la familia, es decir, niños y adultos. Sin duda, se trata de un mensaje poderoso, especialmente para nuevas generaciones, pero muy lejano a centrarse en un ataque al género masculino.

Aunque quizás el mayor acierto en la construcción del personaje de Carol Danvers radica en su nula necesidad de presentar a los personajes circundantes como una bola de pelmazos, un recurso muy socorrido –y por demás comodino– en Hollywood para engrandecer los atributos del héroe de la forma más fácil: por contraste.

Sin afán de menospreciar películas que tienen un lugar especial en mi corazón y que poseen otras tantas cualidades, algunos personajes femeninos de cómics reconfigurados para el cine haciendo uso este recurso son Wonder Woman, de Patty Jenkins, quien comparte pantalla con personajes masculinos, incluyendo tanto su interés amoroso como el villano de la cinta, que pueden resultar desde torpes (con tal de sacarnos la carcajada) hasta patéticos y superficiales (pobre dios de la guerra, la verdad), y Valquiria, en Thor Ragnarok, cuya presencia en pantalla parece disminuir por arte de magia el puntaje de coeficiente intelectual de Thor y Hulk.

Ambos ejemplos, Wonder Woman y Valquiria, son personajes poderosos que no tenían necesidad de antítesis débiles. Se trata, no obstante, de un recurso tan frecuente en el cine contemporáneo, que pocos personajes, femeninos o masculinos, se escapan del mismo. Y tanta fue la indignación de sus detractores, que estaba segura de que los hombres en Capitana Marvel tendrían el intelecto y la personalidad de un calcetín.

Pequeñas pero sutiles diferencias.

La realidad fue muy distinta. Capitana Marvel nos ha regalado uno de los mejores retratos de Nick Fury, quien a pesar de su condición humana, evadió el lamentable destino de punching bag de tantos otros personajes secundarios en el MCU. No sólo eso, sino que representa un compañero entrañable para Carol. Ambos comparten una química formidable y su interacción logra mover hacia delante la trama, en lugar de ser un mero relleno.

Por otro lado, Talos es un antagonista que nos muestra la complejidad de la guerra. Multifacético, puede mostrar tremenda fortaleza física y mental, hacernos reír y enternecernos en distintos momentos de la cinta. Quizá Yon-Rogg no sea un excelente villano; sin duda es más bidimensional que el resto, aunque no por ello se ve abusado por los escritores hasta convertirlo en un simplón y mal chiste.

(Que de bidimensionales tienen lo mismo quienes conciben la realidad de forma binaria, con moral de blanco y negro, y no por ello dejan de ser personas reales, ¡Coff, como, coff, los haters, coff! Ay, disculpen, mi alergia…).

Dos alienígenas, un camino.

ENTRE HUMANOS TE VEAS.

Es así que Capitana Marvel tiene súper fuerza y un acervo de súper poderes, pero éstos no brillan a costa de las fortalezas de los personajes circundantes, ni de sus contrapartes. Aún así, de entre el barullo de las redes sociales, se escucha la diatriba: “es uno de los superhéroes más débiles del MCU”. Claro. Débil, sí, débil es la palabra, no hay duda.

Por si esto fuera poco, en uno de los momentos más decisivos de la película, y uno que bien pudo acabar siendo de lo más cursi y “chocoso” (cringy, pues), los escritores dieron un magnífico acierto al demostrar que, más allá del género, Capitana Marvel nos representa a todos: cuando se ve acorralada por la Inteligencia Suprema, ésta se enfoca no en sus características de mujer, sino de ser humano, provocando que Carol le conteste, “Tienes razón, solo soy humana” (“I’m only human”, en su idioma original, un adjetivo de género indistinto).

Se trata de un diálogo que pudo haber sido escrito de manera muy diferente, cayendo en un feminismo superfluo, mal logrado, (“tienes razón, sólo soy mujer”), pero que en cambio posiciona la fortaleza del personaje, no sólo como resultado de las tribulaciones que ha atravesado siendo chica (expresadas a lo largo de sus flashbacks) sino como parte esencial de su condición de ser humano.

Podríamos diseccionar aún más la construcción de esta heroína; al menos, puedo mencionar cómo nos dio un montaje de la infancia de Carol mostrándonos su entrenamiento militar y de pilotaje; ese, cuya ausencia tanto insisten en remarcar los detractores de la trilogía/secuela de Star Wars, porque aunque Rey, la heroína en turno, es mostrada viviendo en soledad bajo circunstancias precarias y peligros constantes en un planeta desértico, resulta inconcebible para algunos imaginarla aprendiendo a sobrevivir por sí misma. Había que presenciar el montaje; sin montaje no hay entrenamiento, y sin entrenamiento hay Marie Sues.

Cuando ya no tienes aspiración en la vida.

PREJUICIOS TÓXICOS.

Al final nada importa, porque Capitana Marvel fue criticada mucho antes de que sus detractores le dieran una oportunidad. Si creemos que las películas de superhéroes tienen agenda política –algo que, repito, siempre ha existido en el mundo de los cómics, para bien o para mal, dependiendo de la postura individual según sea cada caso–, también es momento de que reconozcamos que existen grupos de oposición ideológica que utilizan el fandom como plataforma no sÓlo de expresión, sino de manipulación y boicot.

Grupos que utilizan mecanismos como la necesidad de aceptación, de afiliación y el miedo, para convencer a otros fans o miembros de una audiencia de negarse a sí mismos la oportunidad de ver una cinta, leer un cómic o un libro, así como de forjarse una opinión propia. En las palabras de un conocido, “no, no he visto la película, pero es que lo tenemos prácticamente prohibido. Dicen que es un ataque a los hombres.” ¿Quiénes dicen? ¿Quiénes “prohíben”? La respuesta es amplia: bloggeros, articulistas, influencers, gente con acceso a alguna plataforma y una base, grande o pequeña, de seguidores.

Pero el problema no son ellos; no realmente. Siempre habrá ideologías controversiales y quienes buscan imponerlas a los demás (que no está demás hacer notar la disparidad entre una cinta que simplemente explora o basa su trama en una ideología, a personas que ejercen coerción –presión sobre alguien para forzar su voluntad o su conducta– a favor de una ideología). El problema, en opinión de esta humilde servidora, es cuando dejamos que dichos antagonismos nos arrebaten la libertad de gozar en un fandom, especialmente en lo que refiere a nuevas generaciones.

El problema es que, en el afán de no parecer “demasiado feministas” (una noción merecedora de su propio análisis por separado), demasiado sensibles, millennials, parciales o subjetivos, o simplemente ante el miedo de no formar parte del aparente consenso de una mayoría, seamos persuadidos (o en el caso de mi pobre conocido, “obligados”) al no disfrute de algo que forma parte de nuestros intereses y aficiones.

Si entramos a la sala del cine con ideas preconcebidas sobre lo que vamos a ver, o si nos negamos la experiencia de ver y sentir algo por nosotros mismos porque alguien nos dijo que no debíamos hacerlo, que no valía la pena, que solo ciertas personas merecedoras de tal o cual adjetivo calificativo pueden disfrutarlo, ¿no será que nos estamos dejando manipular, evadiendo, en el proceso, la formación de criterio propio? Nada racional, ecuánime ni sensato de nuestra parte… Oh, la ironía.

Lo peor es que estaríamos coadyuvando a que los fandoms sean ambientes propicios para la hostilidad entre fans y la animadversión a los recién llegados (sean chicos o grandes), derivando quizás, y al final de cuentas, en audiencias poco rentables para los creadores, productores e inversores capaces de generar el contenido que en principio dio lugar a la creación de tales fandoms.

En conclusión, a mother-flerken problem! Pero uno que quizá se pueda resolver si, de vez en cuando, recordamos que: todos somos fans.

Todo somos fans.