El mundo después de un chasquido – Crónica de Avengers Infinity War

La Mano de Fá

ADVERTENCIA – EL SIGUIENTE ARTÍCULO CONTIENE FUERTES SPÓILERS ACERCA DE AVENGERS INFINITY WAR. SIGUE BAJO TU PROPIO RIESGO.


Un chasquido. Y mis héroes se hicieron ceniza.

La pantalla se hizo negrura. Contuve la respiración, como si la esperanza se me pudiera escapar en un suspiro. ¿Cuánto duró aquella pausa? ¿Cuánto tiempo me mantuve aferrada a mi propia ilusión, haciendo presa de aquel hálito de optimismo en la jaula de mis pulmones?

De repente, el aliento me fue arrebatado por las letras que marcaban, cual verdugos, el tan temido final. Contemplé los créditos desplegarse sobre la pantalla en perplejidad absoluta. Por un momento pensé que era la única en tal estado, pero pronto me percaté del imperante e inquebrantable silencio. Un silencio como el que nunca había atestiguado al finalizar una película de superhéroes. La inmediata verborrea era la usanza. Esta vez nadie hablaba.

Una chica en la fila de enfrente volteó a ver a uno de sus amigos. Abrió la boca como queriendo decir algo, pero la cerró inmediatamente. Se encogió de hombros y sus labios formaron algo parecido a una sonrisa, pero sus ojos evidenciaron su incredulidad. En respuesta, su amigo se llevó una mano a la cabeza, recorrió su cabello con los dedos, pero de su boca tampoco salió nada.

A mi lado escuché unos ruiditos que se escondían tímidamente bajo el volumen de la banda sonora. Tardé un poco en darme cuenta de que eran sollozos. Mi asombro me hizo girar el rostro hacia el asiento a mi derecha. Ahí, una mujer, acompañada de su hija, lloraba silenciosamente. Su llanto era casi imperceptible. No es que pretendiera reprimirlo, más bien hacia sonarlo respetuoso. Si alguien hubiera presenciado la escena sin el contexto que brindaba la sala de cine, podría haber jurado que aquello era un funeral.

De alguna forma lo era. ¿Estamos de luto? Me pregunté a mí misma, negada a creer en los estragos de aquel chasquido. Sí, todo aquello había sucedido. Realmente había tenido lugar. Un instante pasó en el que mi propio llanto amenazó con secuestrar mis sentidos, pero fue ahuyentado por un sentimiento inesperado: rabia.

Aquella emoción realmente me tomó por sorpresa. Soy del tipo de persona que va al cine a apasionarse, a sentir, pero no esperaba que este filme hiciera surgir en mí algo semejante. Ciertamente me había enojado desde la muerte de Loki, pero iba preparada para lo peor, ¿qué no? Aparentemente, no lo suficiente. Miré la escena post créditos con desdén y sentí mi enojo acrecentarse.

No estaba enojada con Thanos. ¡Vaya que no! Marvel Studios se pasó la década dándonos villanos risibles –a excepción de Loki, pero él es otro tema–, solamente para apabullarnos con un personaje insospechadamente sustancioso, profundo y emotivo, quien, además de todo, tiene un objetivo claro y ¿malévolo? No, no. Es más complicado que eso. En un sentido muy retorcido debemos admitir que el tipo tiene sus razones. Su solución no será la adecuada, pero el problema que plantea es legítimo.

Quise enojarme con los Russo, con Kevin Feige, y con todo Marvel Studios. Me sentí momentáneamente ofendida, como si aquel chasquido fuera una gran burla que decía: “mira, podemos desaparecer a tus héroes, esos que te han acompañado desde la infancia, con solo chasquear los dedos”. Pero el sentimiento se esfumó. Porque debía reconocer que con quien me sentía enojada era realmente conmigo misma.

Me había internado voluntariamente en la oscura sala de un cine a que me patearan, me golpearan y me despojaran de algo que no sabía que podía perder. Salí de ahí con una pesadez inimaginable en el corazón. Afuera, lejos de la apesadumbrada sala, la gente reía, platicaba, paseaba; disfrutaba sin ápice de congoja. Y yo me sentía extraña. Aturdida. Magullada.

Pasé los siguientes minutos convenciéndome a mí misma de que no volvería a ver una película de Marvel en mi vida. Es más ¡no volvería a ver una película de superhéroes en mi vida! – ¡No! Es más: ¡No volvería a sostener un cómic en mi vida!

Pensé en Peter, en cómo se aferraba a un deber que apenas había comenzado, y sentí que mi corazón se partía en mil fragmentos. En mi cabeza repetí el desvanecimiento de cada uno de mis superhéroes caídos, y supe que jamás olvidaría aquellas imágenes.

Las horas pasaron como un bálsamo que iba reparando poco a poco mis heridas, muy en contra de mi voluntad. ¿Por qué me sometía a mí misma a pasar por algo así? Algo que se parecía más a la tortura que al disfrute. No era la primera vez que lloraba la muerte de un personaje ficticio, si bien nunca en tal escala. Pero, ¿no era ese, precisamente, el punto? Vivir cientos, miles de historias fantásticas como si fuese en carne propia…

Los cuentacuentos del mundo habían ganado mi corazón gracias al sentimiento impreso en sus historias, contagiándome hasta hacerme sentirlo como mío. Era aquella magia la que me había inspirado en convertirme, yo misma, en una contadora de historias. Y lo hace hasta la fecha. Triste e irremediablemente caí en la cuenta. Jamás renunciaría a mis héroes.

Es a través de sus proezas, sus caídas y sus desaciertos, que nuestros héroes logran inspirarnos a ser más de lo que creemos ser. Si nos deleitamos con sus triunfos, es porque hemos de sobrellevar también sus penas y acompañarlos en sus batallas.

Habrá quien hable de las películas y cómics de superhéroes como si se tratase de cualquier cosa. Quien los deseche y los catalogue como algo exclusivo para niños (haciendo a un lado, en el proceso, a su propio niño interno). Pero todos quienes sentimos que el alma se nos partió en un chasquido, sabemos que fuimos testigos de algo sin precedentes.

Sin importar quiénes vuelvan a la gran pantalla, ni la incertidumbre que imperará el porvenir, la esperanza de ver el regreso de nuestros héroes seguirá acompañándonos, porque incluso durante su muerte, ellos siguen viviendo en nuestro corazón.

Maravillados o desconcertados, sollozantes o furiosos, satisfechos o enardecidos, vivimos juntos el final de una era. Y, con suerte, el comienzo de algo prometedor.