Yo Soy Simón

A todos, a todos, pero a todos nos gustan los dramas adolescentes. No importa si lo que les gusta es Chicas Pesadas, Ni Idea, Gossip Girl o La Boda De Mi Mejor Amigo. Los que se quieran ver más hípsters y conocedores dirán que lo de ellos son las películas de John Hughes, pero a todos nos gustan los dramas adolescentes. ¿Y saben que es lo que tienen en común casi todas esas series? La presencia de un gay compinche de los protagonistas.

Y así ha sido desde tiempos inmemorables. Principalmente porque se cree que las comedias románticas y los dramas adolescentes sólo pueden ir dirigidas a mujeres, las cuales a su vez sólo pueden encontrar amistad en un hombre si es gay. Este es un problema por sí mismo que merece su propio análisis, pero al menos ya tenemos Yo Soy Simón, la película que viene a revertir un poco estos clichés.

Yo Soy Simón es una comedia romántica que narra la historia de un chico cuya vida es perfectamente normal: es un joven guapo, blanco, de clase media, vive en los suburbios y maneja una camioneta. Sus padres no son necesariamente homofóbicos, y su escuela trae toda esta vibra nueva de crear “los espacios seguros” y luchar contra el bullying. Su único “secreto” es que es gay, pero todo a su alrededor parece ser un ambiente suficientemente seguro para que él le de rienda suelta a su sexualidad.

Y es justamente la naturaleza sencilla de Simón la que hace una historia tan innovadora. Cuando hablamos de cine LGBT, estamos acostumbrados a que nos presenten dramas que cuentan lo duro que es amar a alguien “prohibido” en un ambiente conservador, o son retratos serios sobre la lucha por los derechos, el estigma del sida o el despertar sexual. Estas cintas no suelen tener un alcance mediático muy amplio, si bien puede ser por los temas, mucho es porque se cree que “el cine gay” sólo puede ser consumido por “su comunidad”.  De hecho, los ejemplos más populares: Llámame Por Tu Nombre, Luz de Luna y Secreto en la Montaña, encajan perfectamente en estos rubros, y aunque llegaron a los premios Óscar y son grandes historias, realmente no son vistas como referente para entender mejor los procesos de aceptación de las personas homosexuales ni ayudaron a normalizar la presencia de la comunidad LGBT en la cultura popular.

Aquí, el director Greg Berlanti básicamente quiso mezclar una comedia romántica y poner a un gay al centro. Pero este personaje no está descubriendo su sexualidad, ni es el mejor amigo sassy de nadie. Es un chico que acepta su sexualidad, y que, debido a la poca exposición de temáticas homosexuales positivas, se siente diferente. También, sabe perfectamente que, aunque sus padres tengan un estandarte liberal, ellos son la personificación de la familia “perfecta”, de esos que apoyan causas sociales pero que nunca las han vivido en carne propia.

Tiene la sencillez, optimismo y gracia de cualquier cinta para adolescentes, pero matizando a su protagonista para que pudiera representar lo que es aceptarse como homosexual. También por eso podemos alejar a Simón de cosas como Glee, que, si bien es una celebración a la diversidad y tiene un final feliz, sólo toca los temas básicos: el acoso, el rechazo, la lucha. Simón sabe que no es necesariamente malo ser lo que es, pero le tiene pánico a que lo cataloguen, a que lo metan en el mismo saco que la gran mayoría de las sitcoms, las comedias románticas y los dramas oscareables ponen a los personajes homosexuales. Por eso, prefiere ahorrarse todo el drama y enamorarse de un chico por internet que tiene el mismo dilema.

Sí, la historia gira mucho alrededor de la búsqueda del príncipe cibernético y los intentos de Simón por esconder al mundo sus preferencias, pero lo más interesante es su introspección. Él está completamente solo en su hazaña de encontrar al chico misterioso, no hay amigos que lo ayuden ni planes locos. Se limita a fantasear en secreto y a encontrar una identidad por sí mismo. En ese sentido, representa una parte importante de la vida de los gays en una sociedad: el tener que ejercer su sexualidad con discreción, sin poder hablar de sus crushes, sin poder saber claramente quién más tiene sus preferencias sexuales. El hecho de que tenga un amor cibernético no nada más es para exponer la dificultad de salir del clóset ante la sociedad, sino para evidenciar que la vida de los homosexuales sigue al margen de la sociedad. Les piden discreción, secretismo y poderes psíquicos para ejercer su vida y ser aceptados.

Pero otra de los grandes problemas de Simón es que no sabe ser gay. Toda la vida ha vivido con ideas de que los homosexuales tienen que ser de cierta manera, pero ¿cuándo deben empezar a comportarse así? ¿antes o después de salir de aceptarse a la sociedad? Y a todo eso, ¿cuándo es el mejor momento para declararse abiertamente gay? Además, Simón se enfrenta a la pequeña discriminación de amigos cuando se enteran de que es gay, cosas como “ahora puedo sabrosear hombres contigo”, “me gustabas, pero ahora tengo que matar la versión heterosexual de ti”. Cosas que no son necesariamente malas, no lo hacen para ofenderlo, pero ciertamente no le ayudan a Simón en su proceso y lo hacen esconderse más.

Simón toca esos temas de manera graciosa y matizada, lo que vuelve a esta película una bocanada de aire fresco y amigable para que el público entienda las preocupaciones de la gente homosexual. Yo Soy Simpon no sólo ayuda a normalizar de una forma positiva a la comunidad LGBT, sino que crea una comedia romántica que todos pueden disfrutar y se deslinda con facilidad de la catalogación de “cine gay”.

Y sí, eso es suficiente para perdonar la presencia de Jennifer Gardner como la mamá y los momentos exageradamente cursis. No es una película perfecta, pero sin duda da de qué hablar.