“Eso duró toda la vida. No fue un año ni dos. Fue toda la vida.”
― Juan Rulfo, El llano en llamas
Encontré “El llano en llamas” en un botadero de cosas usadas. Su edición del FCE con pastas amarillas y rayado por todos lados (sin duda producto de algún estudiante ocioso) lo convierte frente a ojos no lectores en uno de esos libros que valen más vendido en el papel por kilo. Me costó $30 pesos. Pero que eso no te engañe, es un libro complejo. Muy complejo.
Recopila una variedad de cuentos cortos que reflejan la vida de los campesinos después de la revolución en México. Con breves textos, Juan Rulfo nos lleva de realidad en realidad describiendo la surreal existencia que experimentamos día a día.
Desde el título: El llano. Un pedazo de tierra que no es fértil para nada. En el que no pega nada y no crece nada. En su practicidad, estéril. Pero siempre encendido. En llamas por el conflicto. Al rojo vivo por los que ahí habitan, peleando en él por su vida o por alguna causa pérdida.
El libro empieza con esta sinceridad, lo que pasa en el llano es y seguirá siendo, pero no tiene relevancia. Nada más es un lugar dónde acomodarnos mientras pasamos nuestro tiempo.
Esa llama violenta sirve de pretexto para abrir un panorama amplio sobre cómo se muere y se ama en México. Así nos cuenta cómo la pobreza trae el acomodo implícito de la perdición y el pecado por falta de oportunidad o ignorancia, pero en el que todo esfuerzo por evitar ese destino se lo lleva el río hasta hacerlo desaparecer.
Nos cuenta sobre hombres perseguidos por la culpa. Familiares y extraños siendo asesinados a nuestro alrededor mientras nos escondemos o escapamos. Pero eso sí, con el mayor esfuerzo y apremio que podamos. Y ahí junto, los desenfrenos del amor y la sexualidad con la adición del incesto y la traición.
Cuenta sobre padres cargando con sus infames y descarnados hijos, reclamando sus errores pero estoicos ayudándoles hasta a morir. Mujeres rezando queriendo canonizar a un hombre indigno, pero que pareciera era el único que se daba el tiempo de repartirles amor aunque fuera a base de mentiras. Un pueblo donde todo se cayó y está desmoronado, que reúne una cantidad irrisoria de dinero para recibir al gobernador pero no para reconstruir su ciudad. Una mujer que es una santa porque es la única que trata bien a un discapacitado mental de quien abusa sexualmente.
Rulfo, en muy pocas páginas, da cátedra de escritura. Cuenta historias desde diferentes puntos de vista, en diferentes tiempos, con diferentes actores. Casi siempre obliga al espectador a prestar oídos a los campesinos del llano. Quienes con su simplicidad de lenguaje dan a entender lo mejor que pueden sus historias.
Los personajes se adueñan de la escritura cambiando drásticamente dependiendo de quién esté hablando. Resaltando mucho el cuento de “Macario”, donde un hombre que es mentalmente incapaz narra sus vivencias, o “El día del derrumbe” donde un sabio oriundo interrumpe constantemente al narrador complementando su relato con palabras glamurosas hasta que Rulfo le hace errar una palabra poniendo a prueba a los personajes y al lector.
De alguna forma entre cada cuento, nos da pinceladas del paisaje y trae consigo la vida cotidiana. Esto hace evocar plantas, animales, utensilios usados de forma común. Lo cual hace que sientas nostalgia por esa época incluso aunque sólo la hayas conocidos por medio de murmullos.
El autor demuestra su amplia atención describiendo el peso de la vida, el sonido del silencio o reflejando con oscuro detalle ámpulas gangrenadas en algún personaje. Queda claro que fue testigo muchas de las víctimas y sadismos que se relatan.
La crudeza de los relatos y violencia en el libro contrasta con el humor negro y el enfermo optimismo de sus personajes. Que reciben horribles noticias con una tranquilidad pasmosa.
Y nosotros, como lectores, nos volvemos parte de ellos. Porque ahí, tranquilos, escuchamos sus historias horrendas. Serenos, sin inmutarnos, sin contestarles. Los escuchamos. ¿Qué otra cosa podemos hacer más que escuchar sus atrocidades?
Uno a uno, ellos se nos confiesan. Que lo hicieron. Que no lo hicieron. Que se los hicieron.
No importa cuánto nos cuenten. Nosotros no vamos a absolverlos. Porque ellos nos heredaron este llano que es México. Este llano en el que nada pega. Y nosotros no podemos reclamarles, porque los muertos no contestan.
Nosotros estamos con ellos y el llano sigue en llamas.