Creer en Maravillas | Opinión

Soy de una generación en la que no era tan mal visto que la televisión fuera tu niñera y mis padres eran en aquél entonces, lo suficientemente jóvenes como para ser asiduos seguidores de programas que hoy en día llamaríamos ñoños.

De este modo, era muy frecuente que por las tardes prendiera la televisión en canal 5 para ver a mi novio Batman (66) y después al Avispón Verde (que también era mi novio porque estaba mucho más guapo). La diversión continuaba con Los Superamigos y más adelante con Spider-Man, para pasar las noches cenando en familia mientras veíamos al Increíble Hulk de David Banner con su triste melodía en nuestro aparato blanco y negro.

Hoy en día se habla mucho del boom de los personajes de cómics que inundan la cultura pop, pero lo cierto es que siempre han estado presentes. A mi programación televisiva falta sumarle los cortos de los personajes Marvel que eran literalmente sacados de las páginas de cómic, El hombre Nuclear y muchos otros más, contenido que se transmitía a todas horas en las principales emisoras de televisión abierta, la vía principal para llegar a los hogares de clase media.

Así que mi educación estuvo permeada por los ideales de estos personajes. Primero en televisión y después con los famosos cuentos (que después supe que llamaban cómics), aprendí sobre los ideales de Lealtad, Justicia, Libertad, Equidad, Igualdad y labor de equipo. Esos personajes eran mis compañeros y “me daban consejos”. Quería crecer y ser, no como ellos, porque entendía que en muchos casos eran extraterrestres o dioses, algo que jamás podría ser, pero sí seguir el camino que habían trazado. En esa época, veías muy pocas mujeres en posiciones de poder, más allá de Margaret Thatcher, no recuerdo a otra: Todas eran princesas, “la esposa de” o “la asistente de”. En los noticieros acaso las veías dando el clima, o los espectáculos y solo Lolita Ayala era titular de un espacio, pero en horario vespertino, “a la hora en que solo la ven las señoras durante la comida”, es por eso que fue tan importante para mi que uno de los programas principales, en horario estelar, fuera protagonizado por una Mujer: Wonder Woman, La Mujer Maravilla de Lynda Carter.

Cuando eres maravillosa, puedes recordarles el 10 de mayo con una sonrisa y nadie se da cuenta.

Y esta mujer no era cualquier mujer, aparecía en todos los sitios importantes, los personajes relevantes la conocían y la consideraban su igual, no solo eso, en algunos casos incluso superior. Ella era linda pero también inteligente e independiente, fuerte, valiente y sabía lo que quería. En mi caso, crecer pegada a la tele solo era síntoma de la niña solitaria que era, y la soledad a esa edad, puede ser un problema, porque hace que te sientas perdida en muchos sentidos, así que ver a este personaje tan alegre y segura de sí, definitivamente me levantaba y servía de inspiración.

De repente era muy común en aquélla época el discurso de que las niñas deben ser buenas y la gente suele confundir bondad con torpeza, no falta aquél que se burle o se aproveche de ti. Pero Diana era buena, era un personaje lleno de esperanza y nobleza que lograba sobresalir en todo momento. A diferencia de algunos personajes como El Capitán América, Superman o Batman que deliberadamente parecían querer educarte con consejos, todas las encarnaciones de Diana que conocí se dedicaron a trabajar y lo que aprendías de ella era gracias a su ejemplo, no a sus discursos y aunque, al fin y al cabo fantasía, la manera en que pasaba de ser una mujer común a ser ese personaje maravilloso era tan sencilla que cualquiera podía hacerlo, me permitía crear la ilusión de replicarla al girar sobre mi propio eje, que además de todo, era (es) divertido.

Así, la señorita Prince me permitió creer que yo era capaz, igual que ella, de trabajar en un nivel tan alto como el ejército o en cualquier otra cosa que me propusiera. Ella, a quien Batman y Superman pedían consejo y que no necesitaba que nadie viniera a rescatarla, hizo que fuera natural para mi, creer que todo es posible.

Dicen que nunca cambio de guardarropa, lo que pasa es que me agradan los cambios minimalistas.

No sabía de su origen en la Isla de las Amazonas o que sus superpoderes fueran algo extraordinario, para mi su superpoder era la actitud y el coraje con que emprendía cualquier cosa. Años más tarde, cuando pude acercarme a la lectura de cómics, siempre me pareció una curiosidad que fuera el único personaje femenino que todo mundo conoce; dependiendo de la región, puedes preguntar por personajes masculinos y mencionarán a Batman, Spider-Man y Superman, pero todos, sin lugar a dudas conocen a Diana. Ella fue durante mucho tiempo la única representante femenina notable en el mundo del cómic, ya después vendrían las X-Men y muchos años después, con el MCU, La Viuda Negra, pero Diana nunca ha dejado de estar presente.

Ese personaje que desde su concepción fue creado para luchar por la libertad y contra el sometimiento de la sociedad hacia el género femenino, lo sigue haciendo de manera tan actual, que desde cierto punto de vista da vergüenza, pues aún es necesario enviar ese mensaje. Por eso, que fuera también la primera superheroína con un largometraje en solitario, tiene igual relevancia, pues demuestra que más que un estereotipo, ella representa un ideal, que aunque suene incoherente, no es perfecto, solo es real, como debería de ser cualquiera siempre.

Y es así que igual que como lo hizo cuando se publicó por primera vez hace 80 años, o como su serie de televisión y su película animada mantuvo su presencia y su mensaje durante años, la cinta protagonizada por Gal Gadot le dio aire nuevo a una compañía que parecía cometer solo fracasos.

Mi arma secreta es la sonrisa, por eso no poso con ella, se gasta.

Pero más allá de lo que puedan decir los números o los publicistas, de las lágrimas de emoción que me hizo derramar al ver la cinta, el verdadero hecho que me hace comprobar que Mi Diana Prince sigue representando lo que para mi había sido, fue ver que mi sobrina pequeña y mi sobrino, el más fan de los superhéroes, se peleaban por jugar con mi muñeca Wonder Woman de La Liga de la Justicia y que la sobrina, igual que yo hace tantos años atrás, gira y gira dando vueltas sobre sí, mientras cree en maravillas, maravillas que nada impide que puedan suceder.

Gracias Diana y felices 80, prometo nunca dejar de creer y promoverlo como tú, para que todos crean.